Opinión – Por Andrés Alvarenga. Presidente del Partido Igualdad Río Negro
En la política rionegrina, hay algo que se repite con inquietante constancia: la figura del opositor crónico. Ese dirigente que, independientemente del contenido, el contexto o las consecuencias, elige pararse en la vereda de enfrente. No por convicción ni por un análisis profundo de lo que se discute, sino por pura comodidad discursiva y conveniencia política. Ser oposición, para ellos, es un papel que se interpreta con la facilidad del que sabe que no deberá hacerse cargo de las consecuencias de sus palabras.
Esta semana, la Legislatura de Río Negro fue escenario de un ejemplo claro. Se trató la ratificación del convenio entre el gobierno provincial y la empresa VMOS, una propuesta de inversión concreta que podría transformar la realidad de Sierra Grande, generando miles de oportunidades laborales y posicionando a la región en el mapa de las nuevas economías productivas. Sin embargo, hubo quienes, con argumentos vacíos o directamente ausentes, decidieron votar en contra. Entre ellos, una legisladora oriunda de Sierra Grande, aunque alejada del lugar desde hace más de 25 años. ¿Cómo se explica que alguien vote en contra del desarrollo de su propio pueblo?
La respuesta es simple: se trata del ejercicio de una oposición irresponsable, tribunera, que apuesta más al titular rimbombante que a la construcción seria. Oponerse para diferenciarse, para figurar, para “quedar bien con los suyos”, sin medir el daño que eso genera en la gente común, la que espera respuestas concretas y no discursos inflamados.
En lugar de sentarse a discutir cómo mejorar un proyecto, cómo asegurarse que la inversión sea transparente, que el desarrollo sea sustentable, que los puestos de trabajo se queden en la región, optan por el rechazo total. Ni una propuesta superadora, ni una alternativa seria. Solo un “no” que no construye, no transforma, no aporta.
Mientras en el mundo entero hay miles de proyectos similares al de VMOS generando empleo, diversificación económica y futuro, en Río Negro aún hay dirigentes que prefieren cerrar la puerta antes que abrir el debate. Y lo hacen con una liviandad preocupante, como si votar en contra de miles de empleos fuera un acto simbólico, inofensivo, cuando en realidad es una muestra de desconexión absoluta con las necesidades reales de la población.
Ser minoría no exime de responsabilidad. Por el contrario, debería exigir mayor compromiso, mayor profundidad en las decisiones, más altura en los debates. Pero hay quienes eligen quedarse cómodos en la crítica, refugiados en la seguridad de no tener que gestionar nada. Como los actores encasillados en el papel de villano, parecen disfrutar ese lugar. Pero Río Negro no necesita villanos. Necesita líderes valientes, con vocación de diálogo y con la mirada puesta en el futuro.
Hoy más que nunca, hay que señalar con claridad a los opositores crónicos. Porque en tiempos donde hay tanto en juego, oponerse por oponerse no es solo una postura política: es una traición al desarrollo, al trabajo y a la esperanza de miles de rionegrinos.